jueves, 7 de abril de 2011

sobre la política y banderas


Este texto es un hilar de ideas al respecto de este tema tan de moda en los tiempos electorales que corren por este país, la Argentina.
Coerción
Algunas personas exigen que uno se involucre en la política. Cuando estoy “dentro”, entre los más grandes consensos, se me intenta obligar a optar por una posición u otra. Amigo o enemigo. La que sea, me parece insuficiente, una y otra no solucionan nada.
Podría optar por Macri, y siempre va a haber alguien, casi del partido que sea (particularmente, de parte de alguien de izquierda, podría recibir puteadas desprecio y amenazas) que esté enemistado con alguna “versión” política de mi persona (?). Puedo optar por Duhalde, Alfonsín, Carrió, Pino, Cristina. Puedo definirme como capitalista, socialista, de izquierda o de derecha. Puedo optar por ponerme “del lado” de un consenso, o del que esté en contra. El resultado siempre es el mismo, y nunca a mi favor (ni en el de nadie).
Entran necesariamente en juego sensaciones de peligro futuro, miedo, la necesidad de enemigos y “fieles” compañeros… todo esto (y mucho más) como límite “necesario” y “seguro” frente a un agresivo mundo externo. Lo que se me hace evidente, es que toda “realidad” concebida resulta autodeterminada, y en la mayoría de las personas es relativa a la herencia histórica llevada como carga… y así nada es lo que parece. Si no hubiese quienes se adjudicasen la etiqueta “enemigo”, para quien la emita no habría contra quién pelear. Pero siempre pesa la diferencia, la necesidad de conservar alguna identidad determinada por acuerdos sociales con un grado de inercia, sometido a la historia no superada individual y la de grupos humanos; dependiente de una cultura y consensos enardecidos, que presionan para que en la “guerra” se opte entre blanco o negro. Patria vs. antipatria.
Existe la “obligación”, más o menos implícita, de que “mi voz” sea funcional a favor de un bando, y en contra de otro: por ende, siempre tendría un enemigo. Y cuando opto por no unirme a ninguno de los bandos, mi voz resulta “prescindible”, ignorable, olvidable. Porque no represento un compañero de lucha, o adversario al cual combatir.
Y cada vez más me convenzo que la cuestión fundamental sobre todo esto es mucho más simple; las raíces del caos, guerras y problemas del mundo humano llegan a un nivel muy profundo y masivo, y a la vez infinitamente íntimo en cada uno.
Otra vez más, me encuentro obligado, como “adulto”, como “ciudadano”, como “argentino”, a involucrarme en la política… porque ahora resulta que todo forma parte de la política (?), o todo es política… Pero, qué se entiende por “política”?
Toda persona apolítica es considerada apátrida, peligroso anarquista, o solo el peor egoísta… por lo tanto si no tomo una “posición” puedo llegar a ser considerado un tibio, quizás enemigo o inútil. Quiero decir: la causa, lucha o bandera, está por sobre mi libertad… Pero, la etiqueta inferioriza, limita, des-humaniza.
No se concibe en ciertos consensos, que alguien pueda ser apolítico. Lo presumen imposible. Pero claro, depende cómo se entienda el término .
Según Wikipedia (lo tomo porque como mínimo resume ideas masificadas/ consensuadas):
“La política, del griego πολιτικος (pronunciación figurada: politikós, «ciudadano», «civil», «relativo al ordenamiento de la ciudad»), es la actividad humana que tiende a gobernar o dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad. Es el proceso orientado ideológicamente hacia la toma de decisiones para la consecución de los objetivos de un grupo.”
Si me defino apolítico es porque concibo un escalón más alto en la amplitud de perspectiva, a diferencia de una claramente subjetiva ideología política… me refiero a un “ámbito” más profundo y determinante en el cual realizarme y dignificarme. Pero, si: se podría decir que influye en cómo me desenvuelvo como “ser político”... Sin embargo resulta secundario, por ser solo un resultado de algo inherente al Ser en un sentido vasto. La particularidad es que no respondo a una ideología exclusiva, porque en lo que me concentro es en lo humano, en lo que nos hace “semejantes” en un sentido total e integral. No en lo que nos hace diferentes (cultura, religión, bandera política, clase socio/económica).
Ideología
En la “práctica” me pasó muchas veces, que gente de cierta “ideología”, me tildase de fascista, de “derechoso”… desde “la otra vereda” en cambio me etiquetaron como zurdito o comunista… en algún punto ambos me terminan definiendo ingenuo pacifista, de utópicos ideales, y cosas por el estilo. Eventualmente, si es que les queda más o menos claro que comprendí las motivaciones que tienen para tomar tal “posición política”, y después de haberles demostrado acuerdo en ciertos puntos, ya no quieren, no pueden o no saben como etiquetarme, porque en verdad no respondo a banderas políticas, porque veo que de todas las diversas cosmovisiones se pueden extraer valiosas ideas y conciliarlas con las de otras ideologías. Claro, es ampliamente inconcebible para los consensos porque desde su origen son recíproca y “naturalmente” antagónicas, de vínculos irreparables, constituyéndose así esa preciada artificial “identidad”.
Los extremos se autodefinen a partir de ese otro antagónico… entonces, siempre reproducen activamente al enemigo. Por fuerza de consenso se ejerce presión sobre quienes son caracterizados como “enemigos”, y estos a su vez, se la adjudican activamente al considerar a quienes los atacan como sus enemigos. Y se retroalimenta el círculo vicioso víctima/victimario. Mientras uno continúe obstinadamente aferrándose a una bandera, ideología política, religión o cultura, el juego enfermizo de la guerra va a proseguir infinitamente.
Como dije antes, mi interés no es político a pesar de que pueda hablar de temas al respecto. La cosa es que siempre, estoy refiriéndome a mucho más; de importancia secundaria es la ideología con la que se identifique alguien, o el ámbito en el que se intervenga, porque todo converge en lo humano.
Paradójicamente el sobredimensionar de la política ideológica (entendida como actividad humana social para organizar la sociedad y sus relaciones, en favor y para el gusto de determinados consensos) se da porque cada individuo se somete a una herencia cultural, social, étnica, etc. que se apropian como refugio. Se someten a un grupo de pertenencia, separado y necesariamente enemistado o extrañado con respecto a otros: negros vs blancos, pobres vs. ricos, empresarios vs. trabajadores, izquierda vs. derecha, etc. Por esto la “política” que yo estoy considerando necesaria, no les serviría a quienes se aferren de esos determinantes que naturalizaron... porque al adjudicarse alguna ideología, no pretenden favorecer al ser humano sin distinción de su diversidad.
Banderas
Las banderas surgen para hacerse notar y encumbrar un grito de libertad. Es decir, surgen del dolor, bronca y falta de libertad, la necesidad de independencia, autonomía y paz. Luego van cambiando su significado a lo largo de la experimentación histórica. Eventualmente pueden masificarse y ser hegemónicas, y cobrar una desarrollada estructura ideológica, con sus leyes y formatos... pero, en lo más profundo no supone verdadera trascendencia de esa falta de independencia y paz.
Quiero aclarar, hay diferentes gradaciones, pero es habitual que aún en menor medida se reproduzcan los mismos vicios.
El someterse a la bandera es condición para tener "identidad". La bandera, para seguir existiendo, debe conservar el dolor. Nescesita una memoria sesgada, filtrada, deformada y exacerbada. Y así resulta contradictorio porque jamás hay superación real. Si ya se consiguió lo buscado, la bandera debería disolverse. Sin embargo el enemigo y la amenaza siguen existiendo, aunque sean virtuales, ilusorios o aparentes… En cierto modo son el motor y motivación. Cada uno desde el apego a esa identidad (que no es propia, ni de nadie en verdad), somete a la opresión y exclusión a quienes, por diversas atribuciones, representan el antónimo de la bandera o causa enarbolada. Así ese Otro sometido a su vez se encuentra necesitado de libertad, paz y bienestar. Y así alza su bandera, su ideología en consecuencia.

No puedo someterme a ninguna ideología consensuada que implique condena y castigo, por más mínimo o sutil que sea. No puedo optar por una bandera, solo por aborrecer otra. Estas solo dividen a los seres humanos, entre buenos y malos. Amigos y enemigos. Y a los enemigos se los mata, se los desprecia, se los excluye. Se reproduce activamente la injusticia.
Política análogo a Religión
Así como alguna vez ciertos religiosos se adjudicaron el poder divino y derecho para juzgar y determinar si alguien es digno o no, si alguien merece vivir o morir, hoy (y desde siempre), los líderes políticos y sus seguidores se adjudican a si mismos un mítico papel socio-histórico, “revolucionario”, quasi sagrado… y obviamente caen en los mismos vicios de los dogmáticos religiosos. Cierta idea cultural de lo que es Dios, fue reemplazada por otro Dios. El viciar y caída del dogma religioso, la no-comprensión y la no-trascendencia del mismo, dejó lugar al desarrollo del dogma político como lo hegemónico. Ambos avalan la venganza como forma de justicia. Ni religiones ni políticas (ideológicas) saben sobre justicia.
Este sistema fallido al que uno se somete y naturaliza es en lo más basal el mismo desde hace miles y miles de años, porque es inherente al malestar de la humanidad. Pretende la continua búsqueda del camino correcto y solución de los problemas, incluso una compulsiva e infructuosa búsqueda de trascender ese sistema, en el cual solo cambia la forma externa de representarse: el individuo sin embargo no se transforma. Cambian los personajes idolatrados, cambian los enemigos, cambia el consenso cultural… pero no mucho más.
Extremos
La izquierda resulta la respuesta reaccionaria a la derecha. La extrema izquierda termina siendo igual de “fascista” que la extrema derecha. El extremar de cualquier idea equivocada o parcial termina siempre teniendo el mismo semblante enfermizo.
Para la izquierda, la derecha representa represión. Para la derecha, la izquierda representa libertinaje. Y en verdad, ambas tienen parte de razón en su juicio, pero justifican o niegan los propios defectos y errores. Ambas hacen un recorte de la realidad. No “entienden” las motivaciones de las personas para que se adjudiquen una u otra. Por eso hablo de conciliación de los opuestos aparentes: los dos expresan una necesidad, la necesidad de justicia.
La conciliación total implicaría la disolución de ambas.