martes, 3 de enero de 2012

Política, cultura y humanidad



Mucha distancia de la última vez que subí la entrada “sobre la política y banderas”. Hoy le haría muchos cambios y ajustes. En aquel entonces, apenas estaba sumergiéndome a analizar la temática de toda “la cosa política”.


Más allá de la política

Me quemaba la cabeza intentado entender o encontrar una solución al perpetuo conflicto social… Intentaba hacer una clase de “futurología” sobre lo que podría llegar a ocurrir a nivel político, económico, etc… Incluso busqué en las secuencias de acontecimientos históricos para dar con algún patrón. No podría decir que fue necesario tanto pensar y pensar obsesivamente, si en definitiva lo que me motivaba eran ansias de control y poder sobre todo aquello que me resultaba amenazante y un constante peligro inminente.  A esto venía la futurología: intentar encontrar algún indicio de que las cosas al final iban a estar bien. Que a pesar de las turbulencias, ese mundo externo iba a llegar a ser tolerable, sin considerable pérdida… que el lugar o rol que iba a ocupar sería, al menos, suficientemente “seguro”.

En fin. Tampoco fue completamente inútil. La integración me llevó a empezar a dejar todo eso. Soltarlo. Las fronteras entre los conflictos, semblantes y devenir propio de cada dominio particular (político, religioso, ideológico, económico, cultural, etc.) comenzaron a disolverse convergiendo en cuestiones básicas de la humanidad toda.

Cualquier política que se pretenda efectiva para lograr el bien común no puede aislarse como disciplina aparte, ni dominar sobre otras. Pero, tampoco esto es suficiente por si mismo.



Metacultura

Es lógico pensar de forma “holística” e ir más allá de considerar que los –aparentes- diferentes ámbitos están, tanto al principio como al final, íntimamente relacionados entre sí. Que si acaso existiesen estas áreas, no serían otra cosa más que partes orgánicas de una totalidad, repensadas y catalogadas por alguien. Que si quiero hablar de una, inevitablemente estoy hablando de otra. Y así siempre llegaba a la misma conclusión: no había separación alguna, sino continuidad.

Lo que en la cultura occidental se conoce por Ciencia, es el ejemplo mismo de la fragmentación y ramificación de disciplinas que tienen su propia y acotada área de estudio o aplicación técnica. Es el ejemplo no solo del paradigma científico ubicado en una línea de desarrollo, determinada por esa misma visión científica… sino también de un nuevo paradigma ideológico, e incluso de una nueva forma de exteriorizar lo que antes era religión. Lo más interesante, es que las ciencias, las religiones, las ideologías, en definitiva la cultura como manifestación humana, cumple la regla de la diversificación y fragmentación. Y se pone más interesante aún si se considera el concomitante boom demográfico como conductor de esa variedad cada vez más grande de culturas, subculturas… y subculturas que se vuelven culturas “oficiales”, que a su vez terminan generando otras subculturas. En pocas palabras, babilonización continua. Así es, por ejemplo, la historia de la modernidad.
Detalle: la globalización parece perfilar en el sentido inverso: después de tanta fragmentación, se busca integrar todas las partes en una sola voz. Al menos es una tendencia.

Pero entonces, cómo se puede esperar lograr superación alguna cuando las culturas se desentienden entre sí, llevando a una perpetua lucha por la hegemonía? Porque en definitiva de eso se trata. Siempre fue el mismo argumento, disociando lo que se dice, de lo que se hace realmente. Si uno decide resolverlo desde un sistema de creencias generado en parte por antagonismo hacia otro sistema, no se resuelve nada. Apenas cambia la forma extrínseca de lo que se presenta como “nuevo” o “revolucionario”. La supuesta respuesta superadora nace de lo conflictivo, o lo que es lo mismo, se toma la crisis como camino. Es un sinsentido "lo conflictivo" generando solución alguna.

Otro error -parte de lo mismo- es considerar la cultura como el objetivo, cuando esta es apenas una manifestación o expresión humana, continuamente mutando, ineludible. Detrás de esta confusión existe la compulsión de aferrarse a una historia subjetiva, de triunfos y fracasos entrelazados: la necesidad, frente al primario y basal desvalimiento, de pertenecer o poseer un sustento que dé una relativa seguridad que haga “tolerable” la experiencia humana y social. Y este sustento es externo, circunstancial, incontrolable. Material (y simbólico), y como tal, perecedero. Corresponde al dominio de lo fragmentado y denso, de la experiencia subjetiva, que no puede dar otra cosa que más subjetividad. No es un sustento esencial. En cualquier caso, es lo que se pasa al no realizar la naturaleza intrínseca al ser humano, desconocida, que deriva en todos los malentendidos, miserias y sufrimientos conocidos, y luego en todas las forma culturales conocidas o no.

Se cree que no tomar de base nuestra historia personal es un acto sacrílego. Una traición a lo que construimos con tanto esfuerzo. Tirar a la basura lo que constituimos como Ego (en consecuencia el peligro de quedar desnudo y nuevamente desvalido). En una escala social, desapegarse de la historia consensual, que puede ser familiar o nacional, puede implicar ser etiquetado como tibio, traidor, e incluso un ser indeseable y peligroso para el statu quo (sea en la escala que sea). Se representa, prácticamente, como cagar sobre la tumba de todos los caídos, todas las víctimas y sobre todo aquel que haya luchado por privilegios. Es notable entonces el carácter conservador de esta forma de pensar, por más “renovadora” que se presente... por más idealista o elevada se proyecte.

Así, por lo general la historia del mundo tal como es relatada (tanto por unos como por otros), es una historia de la negociación (que no equivale necesariamente a conciliación), el convencimiento/engaño y/o imposición. No hay realización del bien común. Lo que suele existir al menos son períodos de relativa estabilidad y conformidad: el sistema institucionalizado contiene los defectos, errores y contradicciones que llevan necesariamente a una asimetría y desbalance. Se conjuga un viciar interno (y la necesidad de superación) con las influencias “externas” a las que es vulnerable el sistema debido a su artificialidad. Por eso todo sistema institucionalizado es conservador. Sistema que, por lo tanto, siempre va a tener la excusa “justificada” de limitar la Libertad individual, a favor de la conservación del mismo y el supuesto “bien común”.


Superación de todo sistema artificial e histórico?

Lo que estoy planteando no es luchar contra esa entidad abstracta e impersonal, el “sistema”. Tampoco devenir contracultura, o anti-cultura… ni siquiera volverse un desinteresado, ermitaño o animal salvaje. No se trata de reaccionar aplicando una fuerza inversa a lo que se pretende superar. Desde el momento en el cual nuestra motivación es destruir algún injusto sistema cultural o ideológico, este mismo se vuelve parte necesaria de la fórmula. Entonces, inevitablemente se reproduce inconcientemente lo enfermizo que se pretendía superar, pero no comprendido en profundidad.

Supongamos que efectivamente se logra “cambiar” el sistema. Supongamos que se logra que la propia bandera contracultural triunfe y se vuelva hegemónica… aquella ideología indeseable continúa en el interior de la ahora cultura oficial, porque la usa como referencia simbólica de todo lo malo, todo lo que hay que rechazar por pecaminoso. Entonces es presa de formas extrínsecas. Esto puede ser más o menos rígido, pero en cualquier caso se busca identificar aquello que represente una amenaza para el sistema que con tanto sudor y sangre se logró. Conservar el sistema es el fin. Ya no más el bien común.

Lo único realmente efectivo que se puede hacer es comprender el sistema, para liberarse de él, psicológicamente hablando, y dejar de reproducirlo en la forma que sea. Cuando no se comprende es que se adopta una actitud defensiva, hermética, que lleva a recrear más sistema.


Lo humano

Hasta aquí, estuve rodeando, sin tratar directamente, lo central: lo propiamente humano. Los individuos como nodos, puntos de articulación de todo lo cultural: política, ideología, religión, ciencia, filosofía, arte, etc.

No hay que pasar por alto la vital importancia que cada individuo tiene en todo esto. Porque no son culturas o ideologías que tienen vida por sí mismas. Son las personas, los seres humanos que le dan movimiento y valor.
A fuerza de sufrimientos y fracasos, entrelazados con placer y éxitos, progresivamente al crecer uno se ve forzado a tomar una posición y rol de víctima y/o victimario frente a las exigencias del frenético mundo de los adultos. Vale aclarar que esta forma de construir nuestro Yo y concepción de la realidad, es lo que se da habitualmente y concibe como lo “natural”.
Siendo criado en determinada familia, con determinado nivel socio-económico, en una determinada sociedad con su diversidad de clases, grupos y subgrupos, es que se vuelve “vital” conservar y defender la propia experiencia/historia e ideología resultantes. Encontramos grupos de pertenencia basado en experiencias y conocimientos compartidos, definidos a su vez por lo que odian y rechazan. Parte de las experiencias son de padecimiento en manos de victimarios (que a su vez quizá consideraban justo  castigar y pisotear), y gran parte de las experiencias basadas en prejuicios y preconceptos, construidos, adoptados... Hay un punto en el que ya no se observa y lee la realidad, sino que se presupone.


Lo que se espera de cualquier semejante, en principio, es comunicación, entendimiento, amor (además, claro, de alimento y hogar). Generalmente esto no se da puramente… Porque los padres o tutores ya olvidaron las necesidades basales, olvidaron la naturaleza de su conciencia humana: están demasiado preocupados en la diversidad de exigencias del mundo y condicionamiento del sistema… Por lo tanto, lo que se le da al niño no es lo que necesita por naturaleza, sino lo que los adultos creen que necesita.
Estos adultos tienen todo un complejo mundo de creencias basadas en sus propias experiencias subjetivas tomadas por la norma. Incluso si no son compartidas por las mayorías. A nivel del cuerpo social se presenta bajo la diversidad conflictiva de formas ideológicas, clasistas y elitistas.


La vulnerabilidad de la niñez

A los niños por defecto no les interesa la política, ni tienen ideología. No tienen ese filtro, ni esas complicaciones. Son potenciales científicos, filósofos, artistas, psicólogos, místicos.
Hay que verlo en perspectiva: son educados por padres que, quieran o no, les transmiten sus miedos y odios entrelazados con ansias y pasiones… transmiten sus propias aspiraciones, creencias, historia. Les imponen normas, los cargan de imágenes y huellas, ideales, prejuicios raciales, clasistas e ideológicos. Transmiten el malestar que ellos mismos sufren y no pueden superar, decretándolo ley natural… En las instituciones educativas se les enseña a adorar a la bandera, y sus próceres. Se forja el espíritu patriótico, nacionalista… La presión de los consensos hace lo suyo. Todo este proceso y sus rituales derivados son considerados “naturales” y “necesarios”.

¿No es obvio que cualquier niño se ve obligado a apegarse a una “identidad”  basada en algo estereotipado y externo a él mismo? Pero si esto es enfermizo, no puede ser natural. No importa cómo se justifique desde alguna resignada, conformista, o justificada “práctica” posición. Ese niño podría haber nacido en cualquier otro lugar, podría haber sido criado por otros padres, con otras creencias… lo que inmediatamente desmiente el supuesto carácter necesario de identificarse, definirse y limitarse a partir de la conflictiva historia familiar, regional o nacional. Porque todo lleva al mismo fin infructuoso. Pudo haber pasado cualquier cosa. Podría haber sido criado y adoctrinado bajo una u otra forma cultural, y seguiría estando sometido a no aceptar ni comprender no solo a un Otro de diferente bandera, sino lo artificial y forzado de la propia.


Acaso no se trataba del bien común?

Por eso, insisto: es inútil buscar una solución superadora desde una reaccionaria voluntad anti-sistema, si lo que no se pone por sobre todo es la necesidad y búsqueda basal de todo ser humano, que es lo primigenio, lo común a todos. Es injusto que el niño quede en el medio de las guerras, simbólicas o materiales, que los adultos justifican como necesarias.

Todo sistema es validado por una, y miles de personas. Así como se puede definir una variedad de culturas y el “más allá de la cultura”, se puede hablar de la existencia de una diversidad de sistemas o ideologías que buscan imponerse, y un sistema basal anti-natura compartido por las mayorías, sin importar antagonismos y favoritismos.
Por lo general, se confunde al indeseable sistema con la persona que lo protege o impone. Esa persona se vuelve el enemigo, lo indeseable, cuando simplemente es un ser humano que teme, y otra cosa no supo hacer frente al desvalimiento y peligro social… así como uno ahora puede reaccionar ante lo injusto. No importa si se trata de un intocable “illuminati”. Está en la misma situación básica. Lo que varía es el rol.

Cuando se ataca a alguien, de la manera que sea, el ideologizado no tiene en cuenta al ser humano. El que sufre es el ser humano, no la figurita o fantasma ideológico. Ese Otro es des-humanizado. Se le adjudica o etiqueta como perteneciente a un grupo, amigo o enemigo según el formato asumido, según las resonancias de la historia subjetiva. Nótese lo enfermizo y contradictorio de esto: se suponía que la bandera enarbolada era de elevadas aspiraciones humanas… pero la definición misma de identificación cultural o ideológica deja en segundo plano de importancia a la humanidad.

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